In Solitude
Ven, siéntate aquí conmigo. La noche ha sido larga y estos días de invierno no ayudan mucho. Este mes de fiesta que iniciamos de pronto se enturbia ante la certeza de que estás aquí, pero lejos de los tuyos. Y quizá te sientas solo. Aún dentro de la multitud, dentro de una celebración, junto a tus amigos nuevos, de pronto te asalta ese pensamiento. Estoy solo.
En el radio discurren sobre el Winter Blues. Nos recomiendan salir, conocer gente nueva, asistir a eventos y por más que escuchas consejos, tú sigues igual. Sintiéndote solo.
Sí, la modernidad nos ofrece una curiosa mezcla: más conectados que nunca y al mismo tiempo, más solos. E incluso tememos a la soledad como si fuera una especie de maldición. En el camino, olvidamos o nunca aprendemos cómo estar solos, cómo sentirnos acompañados con nuestro yo, con nosotros mismos.
Apenas hace unos días reflexionaba sobre las ideas que nos jalan de un lado a otro. Devenimos entre la falacia de que aquellos más aptos triunfan y el viejo paradigma de Occidente: estar solos no es bueno.
Pues te tengo noticias. A pesar de siglos de vivir con esta idea, descubrir de dónde viene quizá nos ayude a superar algunos de los miedos que rodean a la soledad, permanente o pasajera.
Resulta que allá en los albores del Imperio Romano, los ideales consistían en llevar una vida pública y social. La palabra “civilización” viene de civis, ciudadano en Latín -recuerda que nuestro idioma español es una lengua romance o románica, una evolución del latín- y serlo consistía en adherirse a los valores que dictaba el Estado. Roma es conocida por su forma de valorar el poder, el honor y la gloria, valores que toda la comunidad, todos los ciudadanos debían perseguir. Sobre todo con el ir y venir de hordas bárbaras, a las puertas del Imperio, amurallado, siempre al acecho. Había una religión impuesta por el Estado y todos debían adherirse a esa fe, pues era un elemento de unión y cohesión. Aquél que no encajara en el marco de estos ideales era excluido. Y el rechazado era visto como una amenaza, no solo porque iba contra la corriente, sino porque podía unirse con los de afuera.
Por eso nuestras ideas en torno a la soledad son un estigma: la soledad te deja afuera, te excluye, es triste. Incluso aquellos que están solos, por elección, son vistos con malos ojos, no vaya a ser que la soledad sea contagiosa.
Pero ¿qué pasa si cambiamos el paradigma, ahora que sabemos de dónde viene? Ya no tenemos frente a nosotros la invasión bárbara que incendiará y saqueará nuestro mundo. Podemos elegir estar solos o aprender a disfrutar que lo estamos y encontrar una fuente infinita de gozo al encontrarnos con nosotros mismos. Autores van y vienen enlistando qué encontraremos en soledad y en el inglés que ahora hablamos hay dos palabras muy distintas para designar a la soledad, que tienen la misma traducción al español, pero significan diferente:: “loneliness” y “solitude”, siendo ésta última la definición en la que nos encontramos solos, pero en paz, llenos de regocijo, libres de remordimiento, tristeza o lamentos.
Aprender a estar solo inicia pasando momentos, adquiriendo plena conciencia de nosotros mismos, de quiénes somos, lo que hemos hecho y hacia dónde vamos. Terminamos enamorándonos de nosotros. Continúa con una sincronización con la naturaleza que te permite apreciar un hoja o la maravilla de los ciclos que permiten que uno ocurra porque existe el otro, como este invierno que recién iniciamos.
Ambas experiencias dan paso a la más trascendental: nuestro encuentro con la divinidad, nuestro reflejo en ella y en las infinitas posibilidades que nos otorga.
En plena libertad, estos pasos nos llevan inevitablemente a crear: ¿estudiamos? ¿escribimos? ¿pintamos? ¿ayudamos a nuestros semejantes? Cualquiera que sea nuestro enfoque, nuestra vida, en soledad, se enriquece enormemente. Si te permites vivir estos pasos, sufrir por lo que no hiciste y perdonar y comprender que no había otra elección posible en ese entonces, aprenderás a estar solo. No hay regreso cuando has alcanzado esta etapa. Ya no eres el que busca desesperado sobrevivir a la barca que se hunde. Eres tú. Con todo el honor, el poder y la gloria. Así que este año que cerramos, te deseo que sigas estos pasos y te encuentres, pleno, en soledad. Te quiero, dónde quiera que me leas.
“A host of golden daffodils; along the lake, beneath the trees, ten thousand dancing in the breeze. Continuous as the stars that shine and twinkle on the milky way, they stretched in never-ending line along the margin of a bay: ten thousand saw I at a glance, tossing their heads in sprightly dance. The waves beside them danced, but they out-did the sparkling waves in glee. […] They flash upon that inward eye which is the bliss of solitude, and then my heart with pleasure fills, and dances with the daffodils.”. W. Wordsworth