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DANZAS PREHISPÁNICAS


Siglo XXI. La búsqueda es una constante en el ser humano, está en su naturaleza: buscar nuestras raíces, regresar al pasado para encontrar lo que al parecer de cada uno son certezas para afiliarse a nuevas creencias, sincréticas, que mezclan un tanto de las culturas ancestrales, cuyos significados se modificaron enormemente con la Conquista, con otro tanto de la religión traída por los españoles a nuestros países latinoamericanos.


El resultado, fruto de esta combinación, añade también una multitud de creencias de las que supimos sólo hasta el siglo XX, con la apertura de nuestros países a las disciplinas y religiones de Oriente –meditación, budismo, el Islam, etc.- y con la explosión de las comunicaciones y la transmisión de información.

Todo ello incide en una expresión humana tan antigua como los tiempos: la danza. Desde que el hombre descubrió las percusiones, la manera de entender el mundo se enriqueció con un golpeteo continuo, rítmico, que alargaba o acortaba los tiempos de cada golpe. Su musicalidad era seguida con pies y palmas y pronto los recursos de la naturaleza: pieles tensadas, caparazones de animales, conchas de moluscos o palos huecos con piedras y semillas comenzaron a tornarse en instrumentos. La danza, llevada al ámbito sagrado, expresa con el cuerpo rogativas y agradecimiento; genera sentido de comunidad y solidaridad.


La danza prehispánica sufrió un duro golpe, igual que otras expresiones indígenas. A su llegada, los conquistadores encontraron formas de expresión que les eran totalmente ajenas. Cuerpos semidesnudos, danzando frenéticamente, casi en trance, con indumentarias que incluían plumas en penachos, flores en collares, pieles de fieras, fibras teñidas en vivos colores. Música que consideraban salvaje, pues utilizaba elementos de la naturaleza: que imitaba la lluvia, como las semillas de ayoyote, cosidas a tiras de cuero en muñecas y tobillos que chocan entre sí; sonajas hechas con frutos secos, como las del guaje, que con piedras dentro emiten cascabeleos.


La danza no fue prohibida ni regulada por los conquistadores. Sólo se impidió que se efectuara en los templos y, tras las procesiones, sólo podía danzarse en algunas fiestas, cubriendo el cuerpo con decencia, pero eliminando su sentido sagrado, al quitarle el espacio dedicado a los dioses, en el que antiguamente se desarrollaba.


La ruptura que significó la Conquista cambió por completo su significación. La leyenda cuenta que con la refundación de Querétaro en el siglo XVI Santiago Matamoros se apareció en un cerro, marcándolo con la cruz. Los chichimecas, el grupo indígena de la zona, reconocieron en la aparición a Dios y lo alabaron danzando. La danza a cargo de esta etnia indígena está documentada tiempo después, en 1680, cuando se terminó el Templo de la Congregación de Guadalupe y se efectuaron danzas de consagración.


Posterior al siglo XVII no volvió a tenerse referencia de quiénes preservaron estas danzas y de qué modo. Hasta 1872 una familia de origen chichimeca-otomí las retoma, en su carácter de sacerdotes-nahuales-brujos-herederos del bastón de mando. Denominados Concheros, por utilizar un instrumento hecho de concha de armadillo, y una indumentaria que incluía arcos y flechas, teponaxtlis, caracoles y ayoyotes en muñecas y tobillos. En sus bailes, las mujeres sahumaban alrededor de los danzantes con copal, saludando a los cuatro rumbos, limpiando el espacio sagrado y adornándolo con arcos de flores y frutas, simbolizando fertilidad y abundancia, mientras sus frentes se ciñen con una cinta cuyo círculo simboliza lo infinito, la continuidad.

El poder que se otorga a estos bailes rituales, resignificados, dota de un sentido individual que ejecutante y espectador interpretan y significan.


A raíz de las múltiples rupturas que ha sufrido la transmisión de la memoria de los antecesores, la añoranza de un mundo pasado mejor, pleno de armonía, es una constante. Las danzas actuales, sincretizadas con una multitud de elementos de otras religiones idealizan el pasado prehispánico y le añaden un aura de superioridad frente a la banalidad del presente y, danzando, el hombre continúa su búsqueda eterna de comunidad con lo divino. Escríbeme, te espero siempre en coserycantarbc@gmail.com

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