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La Yegua de Don Domingo


El continuo relinchar se escuchaba lejos por la orilla del río en el sector de La Brea. Don Domingo pensó de inmediato en el peligro de las arenas movedizas que hay en esa parte del río.

-¡Hum! -“Debe ser algún potrillo perdido” -dijo el hombre pensando en voz alta.

-Por lo agudo del relincho debe ser joven el pobre desgraciado.

Se volvió a escuchar el relincho, esta vez con menos fuerza y más parecido a un quejido que a un relincho.

A don Domingo le gustaba caminar por el sendero del río especialmente ahora que comenzaba el verano. Solía hacerlo muy temprano por las mañanas para sentir la frescura del entorno. Según él, su espíritu se reconfortaba y podía trabajar todo el día con mejor ánimo y buen humor.

En varias ocasiones había visto caballos salvajes que venían a beber por allí, pero nunca cerca de las arenas movedizas, así es que debía de ser muy joven e inexperto y posiblemente se había alejado de la manada.

Afortunadamente siempre llevaba un lazo amarrado a la cintura, que el mismo había trenzado para escalar terrenos difíciles o para trepar a los árboles.

Al llegar al lugar pudo constatar que efectivamente se trataba de un caballo, de tal vez dos o tres meses enterrado casi hasta el cuello en la arena movediza. Afortunadamente para el potrillo, en esa parte no es muy profundo el pozo, pero sin embargo, el animal estaba extenuado y su inexperiencia le mantenía aprisionado y sin fuerzas.

De alguna manera don Domingo se dio maña para enlazarlo y sacarlo del peligro.

Al pobre animal le temblaban las patas y no podía ponerse de pie, así es que el hombre lo amarró a un árbol cercano y le trajo en su sombrero agua del río.

Cuando finalmente llegó a Los Almendros tirando del joven caballo sus hijas Rosalía y Nena fueron las más contentas.

La mujer, doña Olga más conservadora le dijo casi de inmediato.

-¿Dónde piensa meter a esa bestia?

-Atrás de la casa, en el cerro -¡No faltaba más!

-Por el invierno le haré un establo.

-¿Dónde está El Pato para que me ayude?

-Preguntó a la mujer refiriéndose a su hijo mayor a quien le habían puesto el apodo por su forma de hablar y sus labios grandes y prominentes.

-Por ahí debe andar con sus amigotes. Tu sabes como es él.

-Respondió la mujer metiéndose en la casa.

Bañando al animal, don Domingo se dio cuenta que se trataba de una potranca muy asustada con la cercanía de él y de sus hijas.

Casi de inmediato nació en ellos un amor grande por la indefensa criatura.

Al cabo de algunos meses parecía que la yegüita también se había encariñado con ellos, especialmente con don Domingo.

Antes del medio día el hombre salía a repartir el pan, los dulces y galletas que doña Olga

Amasaba, llevando en sus manos dos inmensos cestos por las calles de Los Almendros, gritando a viva voz sus productos. Los sábados y domingos llevaba también empanadas y era acompañado por sus hijas. Nunca “El Pato” quiso acompañarlo.

Desde chico El Pato fue muy rebelde y ahora a los “dieciocho” salía con sus amigos a tomar y a veces ni llegaba por la casa.

Dos años después don Domingo se sentía contento de haber encontrado su yegua a la que cariñosamente llamaba “Olguita” para hacer rabiar a su mujer.

Doña Herminia, su única vecina en la ladera del cerro decía que don Domingo quería más a la yegua que a su mujer.

-¡Si lo he visto hasta darle besitos a la yegua! -comentaba la muy diabla.

Lo cierto es que el negocio de la familia se había ampliado considerablemente. Don Domingo había adquirido una carretela y había enseñado a la “Olguita” a tirar de ella con lo que por las mañanas repartía el pan, las galletas, los dulces y ahora también frutos de la tierra, tomates, cilantros, cebollas, ajíes o chiles, frutas y muchas otras cosas. Por las tardes repartía el “cloro” y otros implementos de aseo, también a viva voz.

-“El cloro” -“El “cloro” -“El cloro…

Al cabo de algunos años don Domingo era un hombre querido y respetado en el pueblo y no cesaba de dar las gracias al destino por haberle puesto en el camino a su adorada “Olguita” a quien le había hecho un hermoso establo y conseguía para ella los mejores pastos y los mejores granos.

Pero el destino tiene vueltas y recovecos misteriosos y a veces fatales.

Una noche de juerga y tragos, “El Pato”, llegó sigilosamente con sus amigos hasta el establo y se llevaron la yegua cerro abajo.

Una vez en el vado entre gritos y borrachera “El Pato” trató de montar a la “Olguita”. Esta no acostumbrada a este tipo de maniobras comenzó a corcovear y patear furiosamente, hasta que por fin logró botar desde su lomo al muchacho, provocando la risa de sus amigos.

El “Pato” enfurecido y adolorido, sin pensar las consecuencias agarró un palo que había por allí, descargó un fuerte golpe sobre una de las patas traseras del animal.

Luego el grupo de jóvenes huyó del lugar dejando al animal botado en el suelo, sin poder levantarse por el tremendo dolor sufrido.

A la mañana siguiente don Domingo desesperado salió a buscar a su adorada “Olguita”.

Con la desesperación pintada en el rostro encontró finalmente al animal con una tremenda herida abierta y al parecer su pata trasera izquierda quebrada.

Y así comenzó una nueva y triste vida para la familia. El animal nunca más sirvió como antes, sin embargo, la cuidaban y la querían como parte de la familia.

-¿Por qué no mata a ese pobre animal don Domingo? -Le dijo doña Herminia al ver como sufría no solo el animal, si no, él y las mujeres.

-¿Cómo me pregunta eso doña Herminia?

-Después de nueve años, desde el día en que la encontré a punto de morir. -He pasado toda una vida distinta con la “Olguita”. La queremos tanto como si fuera un miembro más de la familia. Me dio lo mejor de ella y no... -¡No la mataría por nada en el mundo!

-¡La cuidaré hasta que se muera de vieja!

-Casi gritó en un lamento don Domingo.

Por otro lado nunca mas volvió a ver a su hijo mayor con lo cual, un tremendo dolor agobiaba profundamente al hombre y una cruel sospecha se había anidado en su pecho ante la desaparición de su hijo “El Pato”, lo cual de alguna manera ligaba los fatídicos hechos con el joven y su carácter miserable.

Ante esto, las cosas cambiaron profundamente. Don Domingo comenzó a hacerse viejo de la noche a la mañana y lo que es peor, comenzó a beber constantemente.

Rosalía ahora era la encargada de vender los productos y doña Olga comenzó a lavar ropa ajena para poder sostener la casa.

La depresión invadió tanto a don Domingo que ya no se preocupaba ni de lavarse, su barba se había tornado larga y blanca y la mayor parte del tiempo lo pasaba en su cama.

Una mañana muy temprano Rosalía entró corriendo a la casa.

-¡La “Olguita” no está! -¡La “Olguita” no está!

Don Domingo, con un terrible presentimiento se levantó de la cama y enloquecido cargó la escopeta con dos tiros para luego salir, como alma que lleva el diablo, corriendo cerro abajo.

Por la noche, después de recorrer durante todo el día buscando a los cuatreros, encontró a un grupo de vagabundos junto a una fogata y a la luz de los leños encendidos vio a su “Olguita” degollada y colgada de las patas a unos árboles, completamente abierta desde el cogote hasta abajo por un inmenso tajo.

Entre los vagabundos estaba “El Pato” comiendo un gran trozo de carne asada.

-¡Carne de su “Olguita” querida! -Pensó el viejo.

El hombre miró al hijo con lágrimas espesas saliendo de entre sus blancas cejas.

-¡Bah!

-¡Si ya no servía pa’ ná Pá! -¡Igual que usted pué iñor! -Dijo el “Pato” encogiéndose de hombros.

El viejo secó las lágrimas con su manga e increíblemente sereno apuntó la escopeta. Miró profundamente por unos instantes a su hijo y apretó el gatillo.

Ante el espanto de los otros vagabundos, don Domingo, sin prisas y sin volver la cabeza se alejó del lugar hasta desaparecer tras un montículo.

En la soledad de la montaña, se sentó sobre unas piedras, puso la escopeta entre sus piernas y guió el cañón con su mano izquierda hasta ponérselo bajo el mentón.

Suavemente volvió a apretar el gatillo.

El eco del disparo produjo un deslizamiento de piedras, que rodaron estrepitosamente cerro abajo.

En la altura un cóndor sobrevoló haciendo círculos más pequeños.

F I N

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